miércoles, 6 de diciembre de 2006

CAPITULO UNO

Era la villa ideal. Ni Claudio ni Isabel imaginaban que iba a ser tan hermosa, atiborrada de áreas verdes, una plaza donde jugarían sus hijos, cuando los tuviesen, y tanta amabilidad en las personas del sector. Todo parecía perfecto, tan perfecto como tarjeta postal. Un señor, que regaba el jardín de su casa, saludó con una gran sonrisa a los recién llegados. Y eso era lo que representaban en esos minutos: Los recién llegados. Había recibido la noticia a las 6 de la mañana de un día domingo, día de descanso. Estaba botando las tensiones de una semana dura en el trabajo y despertó de súbito en medio de la noche, escuchando a medias la voz de su jefe diciendole que lo había ascendido. Mejor sueldo, mejor oficina... y hasta una secretaria de tiempo completo que obedecería todas sus órdenes, junto a un grupo de empleados que él mismo elegiría. Las pilas se venden por separado. Y esta había sido la primera decisión de su primer gran sueldo. Cambiarse a esta hermosa villa que, si bien su hermano Pedro le había comentado brevemente, le había gustado las fotos que le mostrara en el patio trasero de su antiguo hogar.
Y era perfecta. Sí. Perfecta como la había soñado. No le extrañaba que este lugar aun no se encontrara en avisos publicitarios, sino que fuera un lugar que se comentara solo de boca en boca. Solo se sabía la ubicación. Ni siquiera conocía el nombre de la dichosa Villa.
Avanzó en el mustang rojo por las calles angostas, mirando las casas blancas, sin rejas, señores caminando, señoras hablando entre ellas riendo como adolescentes, niños en triciclo, perros alcanzando fresbees lanzados por sus dueños hasta llegar a la casa. SU Hogar. EL HOGAR, blanca impoluta, silenciosa y vacía, allí estaba, con sus ventanales lanzando brillos, y el 364 dibujado en el costado de la puerta. Detuvo el motor del auto, y bajó, mientras su esposa hacía lo mismo.
-Es perfecta, ¿cierto?
-Sí cariño-le dijo a ella.-Es perfecta. El lugar perfecto para pasar nuestra luna de miel.
-Buenas tengan Ud-le dijo un tipo, que se asomó-Soy Leonardo. Su vecino.-les tendió la mano. Su sonrisa eran de aquellas que no podías dejar de devolver. Claudio le estrechó la mano, Isabel le dio un casto beso en la mejilla.
-Acabamos de llegar-le dijo ella, por decir algo.
-Aca todos nos conocemos-informó Leonardo.-Sabemos cuando entra o sale gente de este lugar. Si desean algo, solo pídanlo. Somos todos hospitalarios ¿ve el señor que riega el pasto?-dijo, mirando al lugar que les apuntaba Leonardo. El señor que regaba el jardin volvió a saludarlos con la mano con aquella sonrisa de correo.-Ese es Toño, el electricista. Como somos una villa... digamos autónoma, nos proveemos con un sistema eléctrico propio que se encuentra en la colina-apuntó una colina cuya cima estaba adornada de tendidos eléctricos, antenas receptoras y una casa de color negro, inmensa, oscura... casi siniestra que contrarestaba con el paisaje bello que les ofrecía aquella geografía.
-ya veo-le dijo Claudio-¿Esto quiere decir que la electricidad es gratis?
-Bueno, no lo diría de ese modo-le corrigió Leonardo.- Toño es un gran tipo. Podría pintarles el portón si alguna vez se deciden ustedes a poner uno, podría cambiarles el carburador al auto o desatascar el váter. Pero en lo concerniente a la electricidad, Toño es un tanto... mmmm... ¿como decirlo?
-¿Arisco?-aventuró Claudio.
-No... no... un tanto de mal pasar. A fin de mes, no se extrañen escuchando a Toño rompiendo los platos o lanzando bravuconadas porque alguien se le olvidó la CUOTA.
-¿Y de cuanto sería la cuota de la que habla?-preguntó Isabel, ya que en asuntos de dinero, Isabel siempre era la que preguntaba.
-Eso... bueno, eso se los dirá Toño en persona a su debido tiempo-los miró-Y sean bienvenidos. Somos todos una gran familia.
Claudio abrazó a Isabel.
El día estaba recien empezando.